Por Efraín Bucler
La protección es algo que buscamos desde que somos conscientes de nuestra fragilidad, pienso. Y busco, buscamos, esos rincones de nuestras casas y nuestros afectos que nos cubren y alejan de la maldad del mundo. O del virus, sí, de un pequeño virus. Una cosa sin vida que termina paralizando el mundo y nos confina a permanecer en lo que cada uno construyó para sí dentro del hogar. Por suerte, o por amor y trabajo, tengo un bunker.
Pero siento por momentos que todo a mí alrededor se desmorona un poco. La economía, los trabajos y actividades, la salud, la vida entera. Esos tipos que eran fuertes y alegres ahora miran por la ventana cuando paso caminado con el ambo y el barbijo puesto y tienen miedo. Me doy cuenta de eso, de la fragilidad que les produce la cercanía del virus. Esos afectos que cobijaban al Efraín pequeño y travieso hoy precisan quien los ampare. Y esa es mi nueva fragilidad que saca a relucir la pandemia. Y el reflejo inmediato de la música, que arropa, calma y, al fin salva.