Por Efraín Bucler
Día 43 – Lunes 27 de abril
Comienza otra etapa del Aislamiento o el Confinamiento. La política se mete en los titulares y comentarios ante la falta de fatalidad, pienso mientras escucho la radio. La autopista está cada vez más cargada y eso me alarga el viaje más de lo pensado. Llego a las apuradas al trabajo porque hoy arrancamos temprano con las actividades para terminar lo antes posible porque se hace el acto por la represión en el Hospital Borda. Ese día tan tremendo y olvidado que cada tanto sacamos a relucir como ejemplo de lucha contra el neofascismo.
Vamos con el Viejo Jáuregui, Jorgito y Adrián en dos autos para respetar el distanciamiento social. No somos los únicos pero tampoco somos tantos los que llegamos a solidarizarnos con los compañeros de Talleres Protegidos y del Borda. Leen nuestra adhesión y aplauden. También las demás son aplaudidas y al final el cierre no es con discurso sino con un documento donde se dicen solo verdades, contundentes, una tras otra. Hablan de los autores materiales e intelectuales de la represión, los cómplices, los que gobernaron y gobiernan, del cierre de los hospitales y los negocios inmobiliarios.
Y que siguen trabajando igual que nosotros a pesar de no ser personal profesional. Y que están en condiciones de precariedad y deshabilitadas las vacantes. Escucho y pienso que estamos en igualdad de condiciones. En realidad, las políticas de salud de la ciudad son las mismas a pesar de las elecciones y los cambios de gobierno.
Volvemos solo para registrar la salida porque ya estamos pasados de horario. Me quedo solo en el auto unos segundos, pensando en los problemas de hace siete años, cuando la represión se desataba sobre los cuerpos de los pacientes, enfermeros, médicos y familiares. Esos problemas parecerían poco frente al Coronavirus, pienso. Pero en realidad no es así, porque la pandemia pasa, pero los estados y las políticas quedan.
Escucho: “Represión” de Los Violadores (cover por A.N.I.M.A.L.).
Día 44 – Martes 28 de abril
Los bancos anuncian prórrogas al 50% de interés. Pienso que estos tipos se llenan de plata por administrar nuestros sueldos y lo que nos dan a cambio son sólo deudas y avisos de deudas. Pero no me quejo porque otros están peor. Y hay otros que están más que peor. Entonces, pienso, la rueda gira y el sistema funciona con otros como yo, que no se quejan porque siempre va a haber alguien peor. El miedo, como en la pandemia, sigue siendo estar como el otro, con el otro, el miedo es el otro.
Me dice Ale por mensaje de WhatsApp que necesita algo de limpieza, lavandina, desinfectantes en aerosol o líquidos. Porque no tiene un peso y no sabe de dónde sacar las cosas que le dije eran indispensables para cuidarse del virus. El rio crece y si sigue así nos va a tapar. Lo que hace la gente es proteger a su familia y, a partir de ahí, algunos ayudan a los que pueden. Yo no me puedo quedar solo con eso, nunca pensé de esa manera. Así que pienso en que algo le puedo dar. Me mira el policía de la Ciudad que está parado del otro lado de la ventanilla de mi auto. Colgado en mi charla solitaria, no me doy cuenta que estoy en un control y me apuro a sacar el permiso de tránsito.
Llego al trabajo y cuento la secuencia y se ríen y río también. Me siento en el vestuario y miro en el reloj de pared un tiempo que me parece eterno. No sé qué hacer o, más bien, no quiero hacer nada. Me espera el Hospital Rivadavia para cambiar una placa en un equipo de imágenes que la empresa que lo instaló sencillamente se fue del país. Y nos toca hacer el trabajo que las empresas privadas dejaron de hacer. Con bronca en la cara y casi sin hablar subo a la camioneta en los asientos de atrás. Y cuando el chofer y Jorgito me preguntan por el termo y el equipo de mate les contesto si no escucharon al presidente: “Estamos en guerra, dijo”.
Escucho: “Mejor no hablar de ciertas cosas” de Sumo.
Día 45 – Miércoles 29 de abril
Día de descanso por suerte. Me levanto casi con el mediodía y espero un rato para tomar mates porque me distraen las perras jugando con un pedazo de tronco que se quitan una a la otra. Las miro, por suerte tan activas ahí, sin virus, disfrutando del patio. Celebrando el privilegio que el Covid-19 no las afecta, corriendo de un lado a otro. Me alejo de la ventana antes que me registren y dejen de ser libres con su rama.
Pienso en prender la tele para una segunda ronda de mates y me acuerdo enseguida de la rueda del auto y que la gomería abre o no dependiendo si hay muchos controles policiales, aunque la semana pasada había un patrullero cambiando la cubiertas. Así que dejo de lado la opción televisión y agarro mi tapabocas para salir a emparchar lo único que se puede de esta realidad.
Escucho: “Go-perros!” de Go-Neko!
Día 46 – Jueves 30 de abril
Hoy es un día tranquilo para atravesar la Ciudad hasta el trabajo. Los controles se relajan, parece, y paso los peajes como si nada. Entro casi con el sol al vestuario y cumplo con la rutina de cambio de ropas.
En el desayuno los ánimos no son los mejores. Un día extra a la semana parece no alcanzarles a mis compañeros. De eso estamos hablando cuando Adrián reproduce un audio de WhatsApp. Parece que en algunos hospitales y dependencias el personal no médico rota por semanas para evitar que se contagien los trabajadores. Jorgito dice que ese audio ya está circulando en el resto de los compañeros, así que alguna medida vamos a poder proponer para tener el mismo cuidado. Yo le repito que se lo planteamos al director Casan ni bien empezaba la pandemia y no quiso: “guardias mínimas”, le digo. También que aprovechemos que el tema está en boca de los compañeros para pedir una reunión al director. Pero que lo hagan ellos porque yo todavía estoy tratando de reparar la placa del monitor del mimógrafo del Rivadavia.
Casan nos recibe a media mañana, está junto con el jefe de personal y dice que está al tanto de lo que pasa en resto de las dependencias y que el miércoles próximo tiene reunión en la Secretaria de Planificación de algo y que va a plantear el tema. Pero que no le parece bien porque, como siempre, su compromiso es con la salud. Y después se pone a hablar mal del personal de los hospitales y el Viejo le señala el almanaque plegable sobre su biblioteca de Swiss Medical: “¿Por eso decís esas cosas de los hospitales públicos?”, le pregunta y se termina ahí la reunión. Intercambiamos unas opiniones con los otros delegados en el pasillo y nos vamos con el Viejo para nuestro sector.
Los saludo anticipado porque mañana es 1 de mayo. También cobramos y eso nos ayuda a tener un poco de seguridad alimentaria. De eso nadie habla en la tele porque están muy ocupados mostrando cómo pasan la cuarentena los famosos en sus casas/mansiones, sin frio ni calor, sin hambre ni cansancio. El auto parece hervir en el regreso por la autopista, pero soy yo que otro día vuelvo embroncado.
Escucho: “36 Degrees” de Placebo.
Día 47 – Viernes 1 de mayo
“Es un Día del Trabajador con medio mundo sin trabajo y casi todo el mundo paralizado por una pandemia inédita para nosotros. Un primero de Mayo donde no solo sufren explotación, sino también mueren de hambre millones de compañeros en el planeta. Mientras, los burgueses de las clases explotadoras pasan esta cuarentena en sus casas de fin de semana, a los pobres oprimidos nos queda la muerte solitaria en hospitales que se caen a pedazos”, dice el delegado de un frigorífico en el acto de una olla popular en Quilmes. Lo veo por Instagram mientras hago la cola para sacar plata del cajero.
Me emociono porque tiene razón y porque conozco a ese delegado que hace meses viene luchando por su reincorporación y la de sus compañeros. Saco la lista de compras del bolsillo y es verdaderamente extensa. Veo que no voy a poder con las bolsas porque no traje el auto así que hago una clasificación de las prioridades para comprar lo más urgente, que también es un montón de cosas porque en casa no hay nada de nada.
Vuelvo contento con las bolsas pesadas aunque sé que me espera el protocolo Bucler y me lleva casi una hora sanitizar la mercadería. Hace tiempo no la pasamos tan mal, me acuerdo de las crisis anteriores, de otras ollas populares y de cómo nos arreglamos con la organización de los vecinos del barrio. Ahí también está la mano y el laburo de mi vieja. Después de eso, recuerdo y lo recuerdan las familias de mi primer barrio, nadie más volvió a plantearse armar una olla popular.
“Pero eso no está ahora”, me digo en voz alta mientras camino por la vereda hasta mi casa. La nueva normalidad nos impide juntarnos porque parece que otra vez el peligro no es el virus ni la economía, sino que las familias con hambre se junten y organicen. Por ahora, esas familias hacen caso a los gobiernos.
Escucho: “Carne de cañón” de Todos Tus Muertos.
Día 48 – Sábado 2 de mayo
Me conecto por el cumpleaños de una sobrina que organizó un almuerzo por Zoom. Ella es fanática de los cumpleaños y los padres encontraron esta forma de hacerla sentir acompañada. Les aclaro que los fines de semana mi familia altera un poco los tiempos, así que en lugar de almuerzo hay un suculento desayuno sobe nuestra mesa.
Comemos mientras charlamos sobre cómo vamos llevando la cuarentena y la pandemia. Charlamos de manera desordenada y pisándonos todo el tiempo y también cambiamos de tema. Como es mi familia y, creo, son todas las familias. O lo deberían ser. Algunos bailan la música que pone mi sobrina y después de casi tres horas nos saludamos y desconectamos. Fuera de toda pandemia, la viral y la informática y fuera de las redes del poder nos espera un sábado con más música (esta vez elegida por nosotros), buena comida y, al fin, un poco de dispersión.
Escucho: “Praise You” de Fatboy Slim.
Día 49 – Domingo 3 de mayo
Día nublado y al final la tarde se viene encima de la lista de actividades y compras. Nada se puede hacer para recuperar el tiempo perdido. Más bien, pienso, es un tiempo ganado al cansancio y la pandemia. Pongo la tele para ver los canales de noticias del extranjero y veo que lo peor del Coronavirus está por llegar. Así que me preparo para pasar otra tarde de familia en el sillón con mates y lindas charlas. Tal vez una serie o una película o simplemente un poco más de música. El mejor anticuerpo para enfrentar otro lunes de trabajo y pandemia.
Escucho: “Tu por mí” de Christina y los subterráneos.
Día 50 – Lunes 4 de mayo
Día cortado en el descanso semanal. Trabajo hoy y mañana es mi descanso extra, así que me tomo todo con calma. Aun así no puedo evitar prender la radio mientras viajo en el micro para escuchar las noticias. Parece que hay unos casos en la Villa 31. Lo periodistas y funcionarios le dicen “Barrio 31” por corrección política pero todos los mortales sabemos que es la villa 31. Ahí mismo había denunciado La Garganta Poderosa que no hay agua hace una semana. Y los medios se preocupan ahora porque actúan como el gobierno: tarde y para sacarse la culpa de encima.
Ya habían adelantado algunos militantes de los movimientos sociales que si no se hacía algo para enfrentar seriamente la pandemia del Covid-19 las villas iban a ser un hervidero de infectados. Y cuando llego al trabajo encuentro que no se habla de otra cosa que los cien contagios y de la compañera que falleció el sábado ahí mismo. El Viejo protesta contra el Jefe de Gobierno pero también contra el gobernador de la provincia porque dice que había que aislar a los countries y Barrio Norte hace dos meses y no moría nadie más.
También lo creo, solo que no entro en la discusión porque tengo que arreglar unos cables de conexión para los monitores de rayos X. Y porque esta tarde salgo para ver una changa y no sé cómo están los controles, pero tengo más necesidad que nervios, así que termino de soldar los conectores y mando un mensaje para avisar que a eso de las 14:30hs llego a la farmacia de Berazategui para reparar la balanza electrónica.
Termino en la farmacia más rápido de lo que pensaba, así que salgo conforme y con unos pesos frescos en el bolsillo. Pienso en los riesgos que corro por asegurar traer un mango más a casa y me acuerdo del periodista brasileño que decía que en Argentina “la gente se esconde de la policía para poder ir a trabajar”. Salgo por la puerta de la persiana metálica y me coloco los auriculares mientras camino a la parada del colectivo.
Escucho: “The job that ate my brain” de Ramones.