Pasado, presente y “No Future” (Pt. 2)

Pasado, presente y “No Future” (Pt. 2)

Esta es la segunda y última parte de las reflexiones sobre el Punk y la Historia. A casi cincuenta años de la explosión, se podría decir que el fenómeno cultural y musical se relaciona de una manera arraigada con el devenir histórico desde el momento mismo de su concepción. La nota que sigue a continuación tiene por objetivo plantear una discusión sobre la percepción que del pasado, presente y “No Future” tenía una fracción de la juventud en la década de 1970.

                                                  Por Javier Becerra


El punk contribuyó a romper un continuum interrumpiendo el “curso del mundo” y protestando contra lo orgánico de la sociedad. En un tiempo récord un sin fin de elementos de la modernidad estaban siendo transformados en ruinas por aquellos años. El punk hará convivir en su interior elementos prehistóricos de una modernidad atrofiada por los propios límites del capital, y una noción del presente histórico que ya no puede incubar un futuro de manera continua, optimista ni segura.

Existen en el punk original rasgos vanguardistas que implican un ataque en regla a las ideas que sobre la estética había en la época, pero como una reunión de elementos discordantes puestos a colisionar entre sí, tendientes a dislocar la organicidad. Un desafío a los cánones de belleza en las que predominaba lo armónico y el disimulo de las costuras. La puesta en escena de la música punk iba en el mismo sentido con la introducción de elementos disruptivos con los que se  buscaba romper la catarsis del rock tradicional e introducir una identificación -y hasta una fusión- del público con los músicos. Una desacralización absoluta de la relación banda de rock/público. 

En el punk se dio, de ese modo, una batería de elementos conceptuales como la fragmentación, la detención en el tiempo y el choque y fusión entre elementos no contiguos, desde dónde criticó diversos aspectos sociales, culturales e incluso la organización urbana. Una constelación donde distintos elementos chocan entre sí evitando darnos la imagen de un desarrollo orgánico, lógico y positivo y presentando en oposición una actualización del presente donde se ven las posibilidades truncadas. De esta misma forma, con esta misma metodología, pasado-presente-futuro, se encuentran, chocan y se dislocan marcando la inconsistencia del devenir histórico.

¿Podemos a partir de esta primera aproximación sobre la relación Pasado-Presente-Futuro pensar en una suerte de “tesis oculta” de la Historia en el movimiento punk de sus orígenes?

Para referirnos a la Historia de modo más estricto podemos señalar que lo que aparece criticado por el punk es una concepción donde presente y futuro provienen de un desarrollo lineal y gradual del pasado dentro de lo que se podría pensar como una línea de tiempo homogénea y cuyo resultado es un desarrollo orgánico dónde no hay crisis, contradicciones ni luchas, o al menos estás aparecen desdibujadas hasta casi la insignificancia. Hay entonces un cuestionamiento a ese desarrollo orgánico dónde el pasado encuentra una justificación en el presente y ofrece un futuro que no depende de la intervención de los individuos o de las clases sociales. El punk aparece entonces rompiendo ese continuum. 

Esta concepción cuestionada de la Historia no es más que la plataforma de discusión de un supuesto progreso interminable ofrecido por la clase dominante que no encontraba una salida a su propia crisis de conducción y de acumulación. Una concepción que, vale señalar, también era reivindicada por la socialdemocracia y el estalinismo en sus discursos sobre un avance lineal e “inevitable” hacia el socialismo. Hay una crítica en clave antipositivista y antihistoricista del punk que alerta sobre los supuestos finales determinados de antemano. 

Sin embargo, aparece en el punk el problema de qué hacer con el futuro. La historia, era (y es) de todas formas, una locomotora que avanzaba y la cuestión planteada era dilucidar qué hacer con ella. Si bien el punk original expresaba el nacimiento de una nueva conciencia expresada en diversas manifestaciones artísticas y culturales, el ámbito político, aquel que discute e intenta ofrecer hipótesis de salida hacia el futuro, nunca llegó a ser determinante a pesar de que tuvo cierta injerencia en el movimiento. Los vientos de la revolución social iniciados en el ‘68 ya no eran los mismos para el momento de la explosión cúlmine del punk. Tan solo unos pocos coletazos llegaban hasta él, colocándolo, posiblemente, como un estertor cultural de aquel período de rebeliones obreras y juveniles. El diálogo entre la Historia y la política encontraba un techo. 

Aparecen entonces las divergencias sobre el futuro de los tres casos señalados en la primera entrega de estas reflexiones: para Sex Pistols la locomotora de la historia chocará irremediablemente provocando un desastre. Para Ramones se hará del pasado para poner en juego la idea de Walter Benjamin de que “la moda es un salto de tigre hacia el pasado”. Para The Clash, el futuro aún mantiene un rasgo de redención. Resulta más que interesante sumar el caso del punk español dónde la salida del régimen franquista y la transición hacia la democracia burguesa formuló un escenario en el que los jóvenes punk recuperaban un pasado que había quedado congelado por Franco y el fascismo. Mientras que, por ejemplo, la denominada “Movida Madrileña” hacía de ese nuevo presente una fiesta, el punk hacía del mismo un espacio de luto en el que más que hacerse de un futuro de redención se hacía de la memoria de los caídos en el pasado para enfrentar el presente.

Este diálogo que intentamos establecer entre el punk y la Historia no forma parte en realidad de una auténtica discusión historiográfica, es más bien un intento de discusión sobre la percepción (profunda, si se quiere) que de un momento particular de la historia tenía una fracción de la juventud. Momento histórico que podemos, cómo ya señalamos, ubicar entre los años 1968, cuando comienza la declinación final del modelo de acumulación capitalista de la segunda posguerra, y 1981, cuando comienza a hacer pie el neoliberalismo, el modelo de acumulación que venía a reemplazar al anterior, con Ronald Reagan en Estados Unidos y Margareth Thatcher en Inglaterra. 

El punk, sin embargo, más allá de ser considerado una especie de simple “pecado juvenil” o una “excentricidad tolerable” para el sistema, supo romper con la idea de un relato histórico confiado y optimista que poco tenía que ver con las posibilidades presentadas por la realidad concreta y por las fantasías de un progreso lineal. El punk original nos dejó semillas anti-teleológicas y antipositivistas como rastro para continuar con la exploración de un movimiento que a poco de cumplir medio siglo insufló a una generación de espíritu crítico. En esa triada entre pasado, presente y futuro marcada por las contradicciones, rupturas y continuidades (“la moda es un salto de tigre al pasado”, pero no es ni el pasado ni algo nuevo estrictamente) sobrevivían los hilos de continuidad con la tradición histórica de los vencidos.


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