Srta. Trueno Negro y la ironía de la felicidad en El sonido de la felicidad

Srta. Trueno Negro y la ironía de la felicidad en El sonido de la felicidad

Desde Granada, Srta. Trueno Negro convierte el desencanto en melodía y hace de la felicidad un espejismo sonoro. En su nuevo disco, El sonido de la felicidad, Natalia Drago traza un puente entre dos orillas y canta desde ese destierro elegido.

Por Juan Martin Nacinovich


9 años pasaron desde “La siguiente primavera” de Sonido Donosti hasta esta nueva primavera que florece con El sonido de la felicidad. Natalia Drago, alias Srta. Trueno Negro, se quedó varada en España durante la pandemia y, como en toda buena historia de destierro, lo que empezó como un accidente se transformó en un nuevo hogar.

Desde entonces, la artista argentina -nacida en la Costa Atlántica y formada en la siempre abundante escena platense- consolidó allí una identidad que suena, paradójicamente, más autóctona que nunca. Esta es la crónica de un exilio que siguió puliendo su propio ritmo.

Pese a su título luminoso, El sonido de la felicidad vibra en la periodicidad del desencanto. Las canciones recorren amores truncos, drogas, resacas eternas y el vértigo de la vida digital. En “La cura”, la apertura del disco, la voz de Natalia pasa lista de sustancias y antídotos en un tono de spoken word confesional, hasta rozar el límite entre lo íntimo y lo autodestructivo. Lo que puede sonar a felicidad, en realidad, es la búsqueda de un refugio.

“Ya no me acuerdo” es un manifiesto generacional: “lo del lunes no pasó/ no pude grabarlo en video/ no tenía datos en el teléfono/ lo del martes se me olvidó”, y así con todos los días de la semana, atravesada por la inmediatez, la hiperconectividad y la escasez de momentos sin dispositivos portátiles. Ese sarcasmo sobre la memoria y la desconexión recubre todo el disco.

Después, en “Cositas”, Drago homenajea a Stephin Merritt, poeta de los Magnetic Fields, a través de una relectura de “All my little words”, cuando retrotrae esta idea de que ni “todo el té de china” puede competir con un amor así de grande. Un homenaje apenas velado para quienes reconocen en el gordo Merritt el ADN del pop confesional. Solo para entendidos.

Srta. Trueno Negro

El puente España–Argentina

El álbum traza un puente entre La Plata y Granada. No es casual que J (de Los Planetas) y Sr. Chinarro estén presentes: el primero como padrino espiritual; el segundo como productor (ambos sumando voces y coros). En su alianza se funde el linaje indie español con la sensibilidad del under argentino. Las guitarras suenan a Beat Happening, Guided by Voices, el universo sonoro de Dean Wareham, Pavement y el filo melancólico de los 107 Faunos, banda hermana en espíritu y en ironía.

Ya en su EP de versiones Qué quieres que te diga (2017), Trueno Negro había dejado señales de esta conexión ibérica, releyendo a Los Planetas, Family, Carlos Berlanga y La Casa Azul. En El sonido de la felicidad, ese diálogo se vuelve orgánico: el eco de esas influencias se filtra entre los acordes y el fraseo, pero sin nostalgia ni imitación.

Las canciones “Yendo a comprar” y “Volver a comprar” funcionan como espejo y contracara. El acto banal de salir a comprar se vuelve un gesto existencial, una excusa para narrar el tedio, el consumo (de todo tipo) y la repetición del deseo. En ese vaivén cotidiano se revela el pulso del disco: la melancolía de lo rutinario y la ternura de lo que se pierde sin dramatismo.

Sostenido en una base rítmica de galope suave, el disco encuentra a Drago en su mejor forma vocal: entre el recitado y la melodía, entre la distancia y la confesión. Su canto asincopado, casi conversado al mejor estilo Lou Reed, se ensambla con los coros barítonos de sus compañeros, logrando una calidez que contrasta con las letras cargadas de desencanto.

El sonido de la felicidad no ofrece respuestas, apenas destellos. Es una bitácora de supervivencia escrita entre bares, persianas a medio bajar, callejones granadinos y luces de neón que anuncian la próxima madrugada. Entre dos países, dos acentos y dos nostalgias, Natalia Drago encuentra su voz más precisa: la que transforma la tristeza en canción. Como si, al final, la felicidad no fuera un estado, sino una frecuencia: la que vibra cuando la tristeza suena bien.


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